domingo, 11 de marzo de 2012

Un maestro que reivindica a otros que ni siquiera miramos

Por Gonzalo Bonadeo 


Siempre dentro de mi lamentable tendencia a lo apocalíptico, a veces siento que el deporte argentino lleva unos cuantos años padeciendo una especie de Noche de los Bastones Largos incruenta pero persistente.
Podrá decirse que nadie golpeó a nadie para obligarlo a “pensar como se debe” o a irse del país. O que nadie copó institucionalmente los ámbitos que bien podrían graficarse como usinas de energía creativa. Es probable que, en los hechos, ni siquiera se pueda puntualizar instancias que hayan determinado la fuga de unos y de otros. Me refiero a aquellos auténticos maestros del deporte que vamos perdiendo y/o desperdiciando sistemáticamente.
Lo que nadie podrá negar es que resulta cuando menos llamativo que la mayoría de los grandes referentes en la formación de deportistas, desarrollo de equipos o elaboración de proyectos ejercen fuera del país; o que no se nos ocurra sacar provecho de la sabiduría de los que siguen siendo nuestros conciudadanos.
Abundan los nombres y abundan sus historias. Y ni siquiera voy a pedirles que estén de acuerdo si se me ocurre considerar entre los referentes a hombres que ustedes tengan en otro nivel de consideración que yo.
Este podría ser el caso, por ejemplo, de Claudio Borghi. Exitoso, respetado y querido en Chile, en Colo Colo, antes, y en el seleccionado, ahora. En el medio, ni siquiera un título con un Argentinos Juniors imposible alcanzó para que no lo ridiculizáramos constantemente en su rol de técnico de Boca.
Salgamos del fútbol. A Juan Carlos Rodríguez, Tití en el ambiente del tenis, lo vi jugar sin demasiada gloria torneos menores del circuito profesional. Veinte años más tarde, lo reencontré sentado en la silla de conducción de Justine Henin, probablemente la mejor exponente del tenis femenino de la última década larga. No tengo registro de que alguien haya siquiera pensado en si sus bondades, indisimulables al lado de semejante monstruo, no ameritaban una charla, una propuesta, algún espacio que nos redituara.
El Tano Loffreda fue no sólo el entrenador que llevó a Los Pumas a un tercer puesto en un Mundial. Fue el hombre que encabezó, por lejos, el más notable proyecto alrededor de un seleccionado nacional de rugby. Inmediatamente después del torneo fue contratado como head coach de uno de los más importantes clubes ingleses. No le fue bien. Regresó y se lo volvió a convocar para cualquier cosa menos para hacer lo que mejor hace: elaborar un proyecto de equipo.
Julio Velasco jamás llegó a dirigir el seleccionado nacional de voleibol. Por el contrario, el buen ojo lo tuvieron los italianos, que lo tuvieron en el banco en la, probablemente, mejor etapa de su historia. Luego hasta lo convocaron para un proyecto de dirección integral deportiva en clubes de fútbol.
Rubén Magnano se hizo famoso en el mundo por echarse un pique histórico después del triunfo ante la NBA en Atenas 2004. Pero mucho más por haber imaginado y convertido al seleccionado argentino de básquet en campeón olímpico. Hoy es nuestro adversario regional entrenando nada menos que a Brasil.
Los ejemplos siguen y, como dije, son muchísimos. Hay casos en los que el maestro ni siquiera se fue del país. En una de las más importantes decisiones que Daniel Passarella tomó como presidente de River, convocó a Sergio Vigil como responsable máximo del área deportiva del club, excepción hecha del fútbol profesional. Al día siguiente del descenso, y mientras Cachito barría las miserias provocadas por unos que dicen querer al club, otro empleado jerarquizado del área de Educación Física le preguntó si, consecuencia de la pérdida de la categoría, Sergio ya había renunciado a su cargo. Esa sí fue una agresión conceptualmente acorde con las tristes noches de Onganía.
Creo que me estoy olvidando de decenas de hombres y de mujeres que saben de deporte todo aquello que en la Argentina no queremos aprender. Y, como Vigil, muchos de ellos son desaprovechados por ignorancia, dejadez, envidia o imbecilidad. También hay muchos sabios al frente de equipos nacionales o de deportistas que pronto serán olímpicos. Eso también es cierto.
Sin dejar de pedir disculpas a los muchos que estoy omitiendo en este cuadro de situación, quiero dejar para el final a quien considero víctima de una de las más destacables estupideces de la dirigencia argentina. Y en ello incluyo no sólo a la del fútbol sino a la de muchos clubes, organismos estatales y hasta ámbitos privados.
Esta semana el fútbol argentino fue gran noticia por dos nombres bien concretos. Lionel Messi y Marcelo Bielsa. De Leo no diré nada más. Por todos los que nos emocionamos con él, hablaron desde Owen hasta Rooney, desde Guardiola hasta Arsene Wenger. De Bielsa también hablaron muchos ilustres: sin ir más lejos, Piqué, futuro rival suyo en la Copa del Rey, calificó de lección lo hecho por el Athletic de Bilbao en Old Trafford.
Y vale la pena aprovechar esa muestra imponente de fútbol ante Manchester United para recalar en el puerto del ex entrenador nacional. Por lo pronto, no me sorprendería en absoluto que la serie, finalmente, la ganase el equipo inglés: ni el United se rinde fácil ni los vascos salen a la cancha con otra idea que defender un resultado yendo por más. Pero no es casual que del universo Bielsa haya nacido una de las más notables performances que se registran en el Teatro de los Sueños por parte de equipos extranjeros.
No me meteré en honduras respecto de algo que muchos de nosotros vimos el último jueves. Pero no puedo menos que preguntarme cómo es que un hombre de la magnitud del rosarino no volvió a trabajar en la Argentina después de que huyó de las miserias de la AFA. Todos vimos la huella que dejó en Chile. Todos vemos cómo logra hacer trascender a un equipo con una enorme mayoría de jugadores intrascendentes. Tal vez sea el momento de empezar a pensar si el problema no somos nosotros.
A Bielsa lo condenamos por dos cosas. El público en general, por no haber pasado la primera rueda de un Mundial con un equipo y con una idea que él mismo desarrolló con apetito de campeón. Y la opinión pública condicionada por una banda de vocingleros miserables, porque no se dignaba a dar entrevistas personales y llenaba el aire con conferencias de prensa consideradas aburridas por aquellos para los que distribuir sujeto, verbo y predicado es tan azaroso como para mí lo es bailar hip hop.
Nos olvidamos de cómo se jugó antes del Mundial, de lo que brilló el equipo en la Copa América de Perú, de la medalla dorada en Atenas, primera en la historia de nuestro fútbol. Nos olvidamos de su integridad, de su pasión y hasta de su capacidad de evolución: el equipo que dejó en 2004 estaba ya lejos de ser la maquinaria vertiginosa y a veces descontrolada de dos años antes. Y ya vemos lo que es hoy la idea de Bielsa: en Barcelona lo insinúan sucesor de Guardiola.
El fútbol argentino no se merece a Bielsa. Entre miles de motivos, porque Bielsa supo cambiar para ser mejor. El fútbol argentino, no.


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